Fragmentación

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Adolfo Payes

jueves, 28 de junio de 2007

La ilusoria transparencia de las interfaces

Son muy pocas la herramientas que transforman la cultura
Hasta el punto de reescribir el pasado e inventar el futuro.
ALEJANDRO PISCITELLI

El alba de la humanidad digital
Corre el año 1984, y un nuevo modo de interactuar con los ordenadores era posible. Como establece la mejor tradición norteamericana, la computadora que habría de revolucionar nuestro modo de relacionarnos con las máquinas digitales nació en un garage californiano a fines de los años setenta por Steve Jobs y Steve Wozniac. Los primeros modelos se vendían sin teclado ni monitor y ni siquiera tenían un sistema operativo: el usuario debía digitar las instrucciones en lenguaje BASIC o, en una segunda versión más avanzada, utilizar la casetera para transferir el programa al ordenador.
En 1979, Jobs y Wozniac propusieron una nueva línea de ordenadores que destacaba por su forma compacta (similar a un electrodoméstico), el uso del ratón, el lector de discos floppy incorporado y una interfaz gráfica basada en la metáfora del escritorio (desktop). El ordenador compacto, pensado como un electrodoméstico de uso familiar, terminó creando su propio nicho comercial en un sector altamente especializado. A mediados de la década de 1980, las interfaces digitales, después de veinte años de vida latente en los laboratorios de informática, se volvieron visibles. Las interfaces estaban ahí, en todos los hogares y oficinas, al alcance de la mano, pero no se sabía mucho de ellas. En los años noventa, la metáfora del escritorio se extendió a todos los ámbitos productivos. No sería Mac sino el sistema operativo de Windows de Microsoft el quien firmaría esta difusión capilar de la metáfora del escritorio en la última década del siglo.

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